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Motivaciones en la génesis del proyecto

Por Miguel Gómez Losada
Participante. Idea y coordinación.


La inocencia es la primera mirada. Y la inocencia es también un estado de fascinación previo a la comprensión de la idea, y de la palabra.

Entre el descubrimiento y la comprensión hay un espacio de tiempo para la imaginación, y una oportunidad para el entusiasmo. Pintar conlleva una excitación del ánimo, en la medida que la pincelada –ese gesto que avanza-, significa incertidumbre, rebasar el umbral de lo conocido, en dirección hacia lo que aún no se nos ha dado para la vista. Cada pincelada nueva es una primera mirada, que queda.

Pensé en las cosas que me sorprenden, y casi todas residían en la naturaleza salvaje, en lo silvestre y sus aconteceres. Cualquier mirada al bosque provoca en la imaginación una fábula vegetal, donde las plantas, la noche, una luz incierta, o lo que está oculto, hacen de actores en una extraña representación. Los árboles, el viento a través, su sonido universal, lo cambiante, son nuestros contemporáneos porque están ahí, pero pertenecen a un mundo anterior al lenguaje. Fueron los árboles, luego las bestias, después el hombre, y la palabra. Algo nos ocurre al mirar el bosque: la naturaleza salvaje nos devuelve la primigenia, y el asombro.

Pensé en mi forma de pintar, miré los árboles de Rubens; los de Tiziano; Friedrich; Hockney; Neo Rauch; y comprendí enseguida que el pintor de árboles da un salto al vacío después de la segunda o tercera rama que se bifurca del tronco; haciendo crecer la vegetación de una forma totalmente
inventada, buscando el atino, satisfacerse, o dar en la diana. Cada pintor vegetal tiene su deje, su acento; brotando, torciendo, angulando hojas y ramas a semejanza de su forma de explorar el mundo.

Todo esto me estimulaba, y confirmé que me reconocía más en los árboles que en los edificios, que la naturaleza vegetal era un alivio en la ciudad, y de esta manera, un buen argumento para el arte público. Así nació El jardín de la inocencia.



Modo de trabajo

Cuando imaginé El jardín de la inocencia –allá por 2008-, pensé en una intervención coral. Influido por las formaciones de Jazz reuní a cuatro pintores para una sóla actuación. Si en música era natural, en artes plásticas también podía serlo.


Al Palacio de Orive fuímos cuatro artistas diferentes con un denominador común: el lenguaje vegetal. Y para perder los límites de uno a otro pintamos el fondo de negro, compramos los colores primarios y pinceles. Convoqué a los poetas que tenía cerca, y les pedí un verso relacionado con el paisaje salvaje, la inocencia, o la primera mirada. Las caligrafistas los escribieron en el muro circundando todo el recinto.

Entendíamos la pintura como ámbito, y la palabra escrita también. Cada uno tenía asignada una parte del muro para desarrollar su lenguaje. Además, en la pared más diáfana surgieron alianzas, guiños, y conjugaciones: la botánica humanizada de Felipe quedaba inmersa en la iconografía de María José; Patricio pintaría al final una pequeña caja, con algún tesoro dentro.

Teníamos varios objetivos, pintar los muros del Palacio de Orive, y que en su interior surgiera El jardín de la inocencia; disfrutar, y acabar en diez días.

Llovió, pero lo hicimos.

PATRICIO CABRERA
MARÍA JOSÉ GALLARDO
MIGUEL GÓMEZ LOSADA
FELIPE ORTEGA-REGALADO